jueves, octubre 22, 2015

Contra la Renta Básica

Garantizar una renta básica parece una muy buena idea, siempre y cuando no se tome uno el tiempo necesario para analizarla detenidamente. Al fin y al cabo, es mejor dar dinero a quienes no puedan alcanzar por sí mismos unos ingresos mínimos para garantizar su subsistencia, que dejar a estas personas necesitadas al amparo de las ONG, que pueden verse desbordadas, o de las limosnas de sus vecinos. Además, con la renta básica se dinamizaría la economía, al convertir a personas sin recursos en consumidores (al menos, consumidores de productos básicos).
La objeción más habitual contra el establecimiento de una renta básica es que con ella se reducirían los incentivos para la búsqueda de empleo. Es decir, se teme que produzca una masa de vagos que vivan del presupuesto público, sin mostrar intención alguna de buscar trabajo: «no voy a trabajar por 600€ si eso me lo da el gobierno por no hacer nada». Sin embargo, el desincentivo al trabajo puede minimizarse con un diseño adecuado de la renta básica. Basta con que el derecho a percibir dicha renta no se pierda de golpe, sino gradualmente: por ejemplo, partiendo de una renta básica de 600€ al mes, si por cada euro ganado en el mercado laboral sólo se dejasen de percibir cincuenta céntimos de la renta básica, seguiría existiendo un incentivo a trabajar. Así, con un sueldo de 600€, por ejemplo, los ingresos finales del individuo serían de 900€. De todas formas, si la renta es verdaderamente básica, tampoco supone un desincentivo excesivo al trabajo: al fin y al cabo, nadie trabaja para consumir sólo lo básico. De no ser así, no habría tiendas de móviles, ni cambiaría la moda, ni habría tantos y tantos negocios que ofrecen artículos superfluos y servicios prescindibles.

Sin embargo, creo que hay que estar en contra de la renta básica, por un motivo bien sencillo: es, a fin de cuentas, una subvención indirecta a los empresarios. Más aún, la medida adicional que anuncia PODEMOS, la renta complementaria para trabajadores pobres, que garantizaría unos ingresos de al menos 900€ para aquellas personas cuyo sueldo no llegue a dicha cifra, es una transferencia directa a los creadores de trabajo precario. Estos complementos ya existen en Alemania y gracias a ellos son posibles los minijobs. En Alemania, Die Linke denuncia el complemento salarial como lo que es: una subvención a beneficio de las empresas, en un marco de dumping salarial.
Tenemos interiorizada la idea de que “el trabajador debe ganarse el sueldo”, pero casi nunca se habla de la responsabilidad que tiene el empresario de crear puestos de trabajo viables y con una rentabilidad suficiente. Por poner un ejemplo extremo, si alguien abre una tienda de neveras en el Polo Norte y no vende ninguna, no puede echarle la culpa al dependiente. Cuando un empresario afirma que no puede pagar más a sus trabajadores está reconociendo, implícitamente, su propia incompetencia como "creador de riqueza" (así denomina la mitología capitalista contemporánea a los empresarios, ¿no?).
Si un empresario no puede pagar sueldos decentes a sus trabajadores (y las cotizaciones sociales correspondientes), pagar todos sus impuestos y, además, obtener un beneficio para sí mismo, quizás debería pensar en cerrar su empresa. Habitualmente, sin embargo, la alternativa a reconocer su fracaso como empresario es el fraude: contabilidad creativa, no emitir facturas, tener trabajadores sin contrato, etc. Es decir, defraudar a Hacienda, a la Seguridad Social y a todo lo defraudable. Al empresario chanchullero e incapaz le ofrece ahora PODEMOS (o, mejor dicho, le ofreció ya antes Ciudadanos) una alternativa novedosa: bajarte aún más el sueldo, que al fin y al cabo ya vendrá el tío Pablo a complementártelo.
De hecho, con la medida propuesta por PODEMOS, cualquier empleo que ahora esté remunerado con un salario de 900€ o inferior, tenderá a convertirse en trabajo precario con una remuneración que ronde los 300€. Una jugada magnífica: el trabajo que hacía un empleado por 800€ lo harán a partir de ahora dos empleados a media jornada, por 325€ cada uno (dado que el SMI es de 648,6€/mes por jornada completa en 2015). Se le ha dado una subvención de 150€ al mes a la empresa, con un coste de 1.150€ al mes para el Estado (aparte, por supuesto, de que las cotizaciones a la Seguridad Social de dichos trabajadores son mucho menores). ¡BRAVO!
Es más, si abandonamos el supuesto poco creíble de que una empresa en España cumplirá escrupulosamente la ley, tenemos una alternativa aún peor pero más cercana a la realidad: el trabajador que antes cobraba (y cotizaba por) 800€ al mes, pasará a tener un contrato de media jornada por 325€ al mes aunque seguirá trabajando la jornada completa. El empresario le dará una palmadita en la espalda, le guiñará un ojo y dirá «venga, no te quejes, que es mejor para los dos: tú cobras 100€ más que antes y los dos nos ahorramos la tontería esa de cotizar». La renta básica y el complemento salarial son, por lo tanto, dos formas de dumping social. Suponen un paso más en la precarización del empleo, fomentan el trabajo mal pagado y, así, debilitan el sistema de Seguridad Social. Todo un logro para unas medidas tan “progresistas”.

Por otro lado, podemos preguntarnos: aparte de a los empresarios incapaces de crear empleos estables y bien remunerados, ¿a quién beneficiaría esta medida? Un salario de 900€ al mes supone un salario anual de 10.800€. Según el siguiente gráfico, de la Encuesta de Estructura Salarial de 2012 publicada por el INE, el 10% de los trabajadores varones cobraban 10.552,8€ al año o menos. El 25% de las trabajadoras cobraba 11.153,9€ al año o menos. Tomando los datos de población ocupada en 2012 según la EPA (54,5% varones, 45,5% mujeres), se puede estimar que algo menos del 17% de los trabajadores hubieran tenido derecho a cobrar algún dinero por este complemento en 2012. Es curioso, porque todos estos trabajadores mal pagados y que pasarían a cobrar lo mismo, representan un 10% de los varones ¡y una cuarta parte de las mujeres! Si nos fijamos en el famoso “mileurismo”, considerando 14 pagas anuales, en 2012 algo menos de un 25% de los hombres serían mileuristas, mientras que casi la mitad de las mujeres lo eran.
Otro aspecto que podría interesarnos de la medida propuesta por PODEMOS es si resulta suficiente. De acuerdo con la nota de prensa publicada por el INE para informar de los principales resultados de la Encuesta Anual de Estructura Salarial de 2013, el salario mediano (es decir, aquel que divide la distribución en dos partes iguales: la mitad de los trabajadores cobra menos que esa cifra, mientras que la otra mitad recibe un salario mayor) fue de 19.029,66€ anuales.  El salario más frecuente (la moda de la distribución) fue de unos 15.500€. Se considera que un trabajador que cobre menos de 2/3 del salario mediano tiene una “ganancia baja” (low pay rate). En 2013, el porcentaje de trabajadores con una ganancia baja fue del 17,9%. De este porcentaje, un 64,4% eran mujeres. Pues bien, dado el salario mediano de 19.029,66€, el límite para ser considerado de ganancia baja se situaría en 12.686,44€. En el mejor de los casos, si el objetivo fuera tan modesto como elevar los salarios de los trabajadores de rentas bajas hasta dicho umbral, el complemento salarial que propone PODEMOS se queda corto en casi 1.900€ anuales por trabajador.

sábado, septiembre 20, 2014

Una anécdota local

La primera mitad de este texto pertenece a una de las primeras versiones de mi Trabajo de Fin de Máster. No lo he incluido en la versión definitiva porque el trabajo ha evolucionado a lo largo del curso lo suficiente como para que una anécdota local como ésta no tenga cabida. Sin embargo, como me gustaría que quedase publicado en algún sitio, lo cuelgo aquí, añadiendo los dos últimos párrafos y algún enlace.




«Mira», dijo el joven, «supón que ofreces un empleo y sólo hay un hombre que quiera trabajar: tienes que pagarle lo que pida. Pero supón que hay cien hombres […] que quieran el empleo. Supón que tienen hijos y están hambrientos. Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de gachas para los niños. Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por un trabajo.»
John Steinbeck. Las uvas de la ira.

En la década de 1940, la agricultura constituía la principal actividad económica en la isla de Lanzarote. La propiedad de las fincas se concentraba en un reducido número de propietarios, que las explotaban contratando jornaleros, o bien las cedían en régimen de aparcería1. Las fincas que se explotaban en régimen de aparecería se dividían en dos tipos. En primer lugar, aquellas que por su ubicación o por la calidad del terreno fueran susceptibles de producir mejores cosechas, se trabajaban “al tercio”: el aparcero recibía un tercio del producto de su trabajo, mientras que el titular de la finca obtenía los restantes dos tercios. En segundo lugar, las fincas menos productivas se trabajan “de medias”2, repartiéndose aparcero y propietario la producción al 50%. Entre estas últimas se encontraban las fincas de la zona central de la isla conocida como “el jable”, en las que el principal cultivo era la batata.
Desde su introducción a finales del siglo XIX, la batata había sido uno de los cultivos más importantes en Lanzarote, destinado principalmente a la exportación. Cuando, tras la segunda guerra mundial, se reabrió el comercio con Gran Bretaña, el quintal  de batata3, que hasta el momento se vendía en torno a las 2,5 pesetas, pasó a exportarse a un precio aproximado de 40 pesetas por quintal. Sin embargo, el salario que obtenía un jornalero por un día de trabajo (alrededor de 2,5 pesetas), permaneció inalterado. La reacción de los propietarios fue inmediata: rompieron los acuerdos de aparecería con sus “medianeros” y pasaron a explotar las fincas productoras de batatas mediante el trabajo de jornaleros.
Como resultado, el aumento del valor de la producción total, facilitado por la reapertura del comercio, no se distribuyó de acuerdo con la productividad de los factores ni en función de la escasez relativa de la tierra o el capital. El único factor decisivo para atribuir una participación sobre el producto total a propietarios o trabajadores fue el poder de negociación de unos y otros, es decir, la capacidad de los propietarios de las fincas de imponer sus condiciones y la incapacidad de los trabajadores para oponerse a ellas.

Este desequilibrio en el poder de negociación se mantuvo hasta que dos factores vinieron a alterarlo: en primer lugar, a partir de los años 50, la emigración a América Latina (principalmente a Venezuela) permitió que los trabajadores no estuvieran sometidos a la exigua alternativa entre trabajar en el campo o en el mar, ambas opciones de mera supervivencia. Las familias emplearon las remesas de esos emigrantes para comprar tierras, de forma que la propiedad de los terrenos agrícolas se atomizó. Ya para entonces, los terratenientes se desprendían de sus terrenos, entre otros motivos, porque la agricultura había dejado de ser tan extraordinariamente rentable: se había perdido progresivamente el mercado de exportación, que había sido ganado por otras regiones del mundo (Gran Bretaña importaba batatas de Latinoamérica a precios más baratos). Sin embargo, el estatus privilegiado de dichos terratenientes se transmitió a través de la educación, pues eran los únicos que podían costear estudios universitarios para sus descendientes. Mientras las familias de jornaleros habían conseguido el magro progreso de llegar a ser propietarios de los terrenos que trabajaban (quedando entonces a expensas de los intermediarios), los descendientes de los grandes terratenientes se convirtieron en médicos, abogados, arquitectos, etcétera.
Aún así, la situación no mejoraba demasiado: a finales de los años 60, cuando surge la iniciativa de crear los Centros de Arte, Cultura y Turismo en Lanzarote, un jerarca franquista responde a sus promotores que tal empeño no merecía la pena, que lo mejor que se podía hacer con Lanzarote era abandonarla y evacuar a su población a las demás islas. Sin embargo, en esta iniciativa y en la apertura al turismo que se produjo en esa época en España, estaba el segundo factor que permitió superar la situación descrita al principio. La agricultura y la pesca dejaron de ser las actividades económicas principales de la isla4 y fueron sustituidas por el turismo y la construcción, que trajeron otros problemas, otros desequilibrios de poder y otras fuentes de enriquecimiento rápido para algunos. Pero esa es otra historia.



El régimen de aparecería constituye un contrato mixto,  en el que el titular de una finca la pone temporalmente a disposición de un cesionario (aparcero), para que este la trabaje, distribuyéndose ambos el producto de dicho trabajo. Se trata de un contrato regulado por la costumbre del lugar, que establece qué obligaciones supletorias tiene el aparcero, qué útiles o instalaciones debe proveer el titular de la finca y qué proporción de la producción corresponde a cada sujeto del contrato.

2 “Medianero”, es decir, aquel que trabaja una finca “de medias”, sigue siendo hoy en día el término utilizado en Lanzarote para designar a un aparcero, si bien la actividad agrícola es ahora escasa.

Se utilizaba el quintal británico, que equivale a 50,8 kg aproximadamente.
Actualmente, la crisis económica ha impulsado algunas iniciativas de recuperación de la agricultura en Lanzarote. Sin embargo. es una labor titánica y sin esperanza: las décadas de abandono y la excesiva fragmentación de las fincas hace imposible que el producto local compita con los alimentos importados. Sólo habría un hipotético mercado para productos "locales" y "ecológicos", que en todo caso necesita unos consumidores dispuestos a pagar un mayor precio por dichos productos. La crisis, así, es al mismo tiempo acicate y límite: parece improbable que exista una base suficiente de consumidores con el poder adquisitivo (y prioridades) necesarios como para consumir un volumen de producción que vaya más allá de lo anecdótico.

domingo, agosto 24, 2014

Gentrificación

Mi principal objetivo cuando abrí este blog fue dejar de dar la lata por correo electrónico a mis amigos. Así, en lugar de enviar filípicas y divagaciones no solicitadas por correo, podría publicarlas aquí. Por eso el título del blog era “Desvaríos Ocasionales”.
A mis amigos les sigo mandando correos regularmente, pero ahora suelen ser viñetas, enlaces a vídeos y demás tonterías que me encuentro cuando pierdo el tiempo en Internet. Sin embargo, a veces alguno de esos correos genera un intercambio de opiniones en los que suelo derramar una energía que, seguramente, podría tener mejores usos. En esta entrada dejo constancia de uno de esos casos:
A comienzos de 2014 le envié a mi amigo E. un enlace a un artículo de El Comidista en el que se hablaba de butifarras. El artículo hablaba, entre otras, de una butifarra vegetariana, lo que me recordó la última entrada que E. había publicado en su blog, en la que imaginaba unas morcillas veganas. Las bromas fueron dejando paso a comentarios sobre gentrificación, hipsterismo y campañas de señalamiento basadas en prejuicios estéticos.
El texto que sigue (tras el salto) es una composición a partir de los correos que nos enviamos (algunos se cruzaban a medio escribir, otros apostillaban temas anteriores, etcétera). No he cambiado (casi) nada de lo que escribimos, aunque he corregido algunos errores y he tratado de darle un formato homogéneo. El primer correo que reproduzco es mío. Si alguien se pierde en el orden y no sabe quién dice qué, supongo que se me podrá identificar como el de las parrafadas largas y sin un propósito muy claro:
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lunes, julio 14, 2014

Patrimonio

Quería escribir algo sobre la cultura de la violación, pero es un tema propio del feminismo y no creo que yo sea capaz de escribir un texto pertinente. Además, tampoco me siento muy cómodo ejerciendo de militante feminista, por razones que no vienen al caso. Además, ya hay quien puede escribir mejor sobre el tema, así que mejor escribo sobre otros asuntos.

Vamos a hablar, por ejemplo, de los delitos contra el patrimonio. Pensemos, primero, en el hurto. O en su tipo agravado, el robo. En principio, sabemos que existe gente que sustrae los bienes ajenos. Existe una denominación bastante curiosa para esta gente: "amigos de lo ajeno". Tanta amistad sienten por los bienes ajenos, que desean que dejen de ser ajenos cuanto antes.
Sabiendo que existen los ladrones, lo normal sería que todo el mundo tomara precauciones al respecto: cerrar bien la puerta de casa, atar la bicicleta a una farola cuando se deja en la calle, no exhibir bienes de valor, etc. Sin embargo, que una persona no tome precauciones no disculpa al ladrón. Si alguien deja la puerta de su casa abierta, quizás se le pueda tachar de descuidado, pero en realidad nadie puede reclamar para sí el derecho a entrar en una casa para llevarse lo que encuentre, sólo porque esté abierta. Que una bicicleta esté aparcada sin candado no constituye una invitación a llevársela. Y por mucho que alguien tenga elevadas razones morales para desaprobar la actitud de quien presuma de móvil, reloj o billetera, nadie tiene derecho a asaltar al presumido para privarle de sus bienes. Repitámoslo para que quede bien claro: por mucho que alguien parezca estar llamando al desastre, tal "desastre" sólo puede ocurrir con la voluntaria, consciente y, sobre todo, ilegítima y dañina acción de otro individuo, que sería en todo caso el único culpable del mal causado.
Pensemos en otra situación: alguien tiene la costumbre de invitar a comer a su casa, con cierta regularidad, a unos amigos, o le presta su bicicleta a un vecino siempre que se la pide, o no tiene inconveniente en que otras personas usen su ordenador. Imaginemos, incluso, que esta generosidad se ha repetido durante un largo periodo de tiempo. Por muy asentadas que estén tales costumbres, el individuo en cuestión es dueño de interrumpirla en cualquier momento. "No, ya no voy a cocinar más para ti". "No, prefiero conservar la bicicleta conmigo". "No, ahora no quiero que use mi ordenador nadie más que yo". Desde el momento en que este individuo decida cambiar su política sobre quiénes y cómo pueden acceder a sus bienes, los demás deben respetar escrupulosamente su decisión. El individuo en cuestión no tiene por qué tolerar que su vecino se lleve la bicicleta cuando le dé la gana, no tiene por qué recibir a sus amigos sólo porque vengan con hambre y no tiene obligación de prestar su ordenador. Son sus bienes, es su decisión.
Ya que hablamos de decisiones y de cómo una persona es libre de disponer de su patrimonio según estime conveniente (con ciertos límites legales: por ejemplo, no puede disponer de su dinero para comprar un arma, si no tiene licencia), habría que hablar de los vicios del consentimiento. Imaginemos que una persona emborracha o droga a otra para convencerla de que firme un contrato de compraventa que, en caso de estar sobrio, nunca firmaría. No se aceptaría que tal firma tiene valor. Imaginemos ahora que la disposición patrimonial se produce mediando amenaza o engaño, de forma que resulta lesiva para la víctima. En este caso, sería un delito de estafa y a nadie le parecería legítimo el acto de disposición patrimonial resultante, ni se aceptaría excusa alguna para el comportamiento del estafador. 
Es más, incluso si el objetivo de quien confunde, engaña o amenaza fuera altruista, su actuación seguiría siendo delito. Supongamos que el individuo A conoce una oportunidad de inversión muy rentable y quiere convencer al individuo B para que la aproveche. Sin embargo, el individuo B no lo ve claro y no quiere participar. Por muy ciertas que fueran las ganancias de tal inversión, el individuo A no podría apropiarse del dinero del individuo B para invertirlo en su nombre. "No, no puedes ignorar mi voluntad ni aunque creas honestamente que lo haces por mi bien".
Da igual el nombre específico que se le dé: hurto, robo, estafa, apropiación indebida, hurto de uso de vehículo, etcétera. Todas esas categorías son graduaciones de un mismo hecho básico: perjudicar a otra persona arrebatándole su plena capacidad de disposición sobre su patrimonio. Si el robo se condena con una pena superior a la del hurto es porque concurren otras circunstancias agravantes (violencia o intimidación sobre la víctima, o fuerza en las cosas), no porque el hurto sea disculpable.
Lo cierto es que todas estas consideraciones son muy básicas, apenas dignas de una clase de ética en secundaria. El derecho de una persona de disponer de sus bienes con autonomía, sin ser privado de él ni verse obligado a aceptar las decisiones de otro sobre su patrimonio, es algo que damos por sentado. Lo sorprendente es que no tengamos también interiorizadas estas mismas ideas cuando se trata de la integridad física de las mujeres (y de los hombres) y de su autonomía para tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida sexual.

Y es que, a mi manera y de acuerdo con mi limitada comprensión del asunto, creo que al final sí he escrito una entrada sobre la cultura de la violación. He tratado de cubrir algunos aspectos fundamentales. Ninguna víctima es responsable por no haber evitado una violación, es quien viola quien tiene toda la culpa por lo que ha hecho (párrafo 3). El consentimiento es siempre indispensable y debe ser expreso: no es válido argumentar que se presuponía (párrafo 4). El consentimiento debe ser otorgado siempre de manera expresa y libre, sin que concurra ninguna circunstancia que lo invalide (párrafos 5 y 6). Toda agresión sexual es ilegítima, se le dé el nombre que se le dé (párrafo 7). 
Como dicen en la entrada que enlacé al principio, parece que la única manera de que un hombre conciba la gravedad de una violación es comparándola con un delito contra la propiedad. Por eso he escrito esta entrada así: estoy seguro de que si hubiera abordado estas cuestiones tan básicas de forma directa, me habría encontrado con alguien poniendo pegas o tratando de "matizar" las circunstancias.
Espero que se entienda que hablar de este tema a través de estos ejemplos no supone equiparar la violación con los delitos contra el patrimonio, sino que se trata de un recurso retórico (o "didáctico", por decirlo de alguna manera). Nada es equiparable a una violación. No sólo porque el bien jurídico que resulta atacado en el caso de una violación (la libertad y la indemnidad sexual de la víctima) es más importante que el derecho de propiedad. Además, decir "si no quieres que te roban, no tengas nada" es injusto pero al menos resulta factible, mientras que el resultado último de "consejos" similares para que las mujeres eviten la violación (como la desafortunada guía de "Prevención de la violación" del Ministerio del Interior) es, simple y llanamente, que las mujeres no existan y no se relacionen con nadie, ¡que tengan miedo siempre! Alguien puede dejar su coche en un garaje si teme que se lo roben, pero una mujer no puede (ni debería tener por qué) desprenderse de su cuerpo. 
Lo peor de todo, lo que más me irrita, es que para comprender estos razonamientos básicos no debería ser necesario militar ni identificarse con el feminismo. Se trata de reglas éticas básicas aplicadas, eso sí, partiendo del supuesto de que las mujeres son seres humanos con toda su dignidad, que merecen respeto y tienen plena capacidad para decidir sobre su vida y su cuerpo. Al parecer, se trata de un supuesto que a algunos les resulta descabellado.

lunes, abril 28, 2014

Prejuicios

Tengo que reconocer que empatizo a medias con la gente que tiene prejuicios. No puede ser de otra manera, dado que yo tengo muchos: hay muchísimas cuestiones sobre las que no me he informado ni he pensado lo suficiente como para formarme una opinión fundamentada, así que recurro a analogías con lo que conozco y supongo que todo será "un poco así" y que los principios generales con los que me manejo serán también aplicables a esos casos que desconozco. Es un ejercicio de "economía del raciocinio", por llamarlo de alguna manera. A pesar de ser una práctica habitual, sus resultados (como ocurre siempre que uno trata de economizar con lo importante) suelen ser más bien pobres.
Sin embargo, no es algo de lo que pueda avergonzarme: el conocimiento que cada individuo pueda poseer no es más que una ínfima proporción de todo el conocimiento posible. Así pues, se podría decir que incluso quienes atesoran una gran sabiduría no dejan de ser, después de todo, pozos de ignorancia. Si además tenemos en cuenta la imposibilidad de aprehender toda la realidad, quizás haya que reconocer que es imposible escapar del prejuicio: lo único que cabría hacer es intentar fundamentar nuestras opiniones de la mejor manera posible.
A pesar de todo, con este asunto se da una paradoja curiosa. Es común escuchar a cualquiera enunciar opiniones disparatadas, basadas en prejuicios. Incluso, si hemos tenido la suerte de cambiar de opinión sobre algún tema, es probable que tengamos experiencia de primera mano sobre cómo se puede sostener un prejuicio sin ser del todo consciente de ello. Aun así, seguimos otorgando a nuestras opiniones y puntos de vista una validez extraordinaria y nos aferramos a ellos, tratando incluso de rebatir a quienes los cuestionan, cuando en realidad tendríamos que haber aprendido a cerrar la boca, escuchar y reflexionar. La empatía de la que hablaba antes termina cuando veo la contumacia con la que algunas personas sostienen sus prejuicios y se comportan como si los demás tuvieran la obligación de ponerse a la altura de su ignorancia.
Me explicaré con un ejemplo: nunca he tenido la necesidad de plantearme ninguna cuestión acerca del binarismo de género. Personalmente, ser un hombre no ha sido nunca nada más que una cuestión biológica, sin otra complejidad. Como decía un niño en la película Poli de guardería: "los niños tienen pene, las niñas vagina". Y sí, he escogido una referencia ridícula para dejar clara la escasa profundidad de mis meditaciones al respecto (si es que alguna vez pensé en el tema).
Por lo tanto, creo que no sería admisible que yo pretendiera que quien haya tenido la capacidad (y, sobre todo, la necesidad) de cuestionar el binarismo de género y haya llegado a la conclusión de que existen más de dos, tenga la obligación de venir a resolver, a mi plena satisfacción, todas y cada una de las cuestiones que le plantee. Aunque yo no entienda muy bien en qué consistirían esos otros géneros, no tengo derecho a exigir a los demás que se adapten a mi ignorancia ni que se midan por mi rasero. Por dejarlo bien claro: nadie tiene la obligación de pedirme permiso para existir ni para definir su identidad en los términos que estime conveniente. Además, mis objeciones son las de un ignorante que no se ha tomado el tiempo necesario para informarse sobre el asunto, ¿cómo podría yo pretender que tuvieran alguna validez*?
Entonces, cuando veo a alguien reaccionar con un rechazo virulento, con mofa o agresividad, ante planteamientos que no entiende, me debato entre, por un lado, querer tirarles de la oreja y decirles "mira, te vas a sentar a leer hasta que te des cuenta de lo imbécil que has sido" y, por otro lado, saber que probablemente sería un esfuerzo inútil. Lo que cada vez me cuesta más es quedarme callado, pero quizás necesite encontrar una estrategia de respuesta adecuada.
Parte II: ¿por qué no callar?
Creo que esta entrada había quedado un poco truncada, quizás porque la hora a la que la redacté no era la más propicia para rematarla de forma adecuada. El tema que quería tratar era "¿cómo deberíamos manejar nuestra ignorancia para no acabar imponiendo nuestros prejuicios a los demás?". En el camino, traté también un tema que no sólo es pasto para el prejuicio, sino también para la discriminación. Lo que no conseguí hilar bien, en el último párrafo, es la idea de por qué habría que actuar cuando alguien exhibe sus prejuicios de forma agresiva. Bien, trataré de hacerlo ahora.
Es habitual que las personas traten de convencerte de "su verdad": los cristianos quieren que seas cristiano, las personas feministas quieren que seas feminista y los militantes liberales no pierden ocasión de explicarte que la "libertad económica" es lo mejor del mundo y si no quieres disolver y privatizar el Estado es porque en realidad eres un parásito que quiere vivir a costa de unos servicios públicos financiados mediante crueles impuestos que arrebatan sus riquezas a tus superiores, los emprendedores. Y si yo no me dedico a convencer a nadie de que el comunismo es el mejor sistema posible, es porque no me gusta gastar energías en demostrar lo evidente, no porque no me interese que los demás entren de una vez en razón.
Bromas aparte, mi postura ante las ideas ajenas suele pivotar entre encogerme de hombros, reconocer el derecho a la libertad de opinión y recordar que, al fin y al cabo, sólo se puede avanzar dialécticamente si hay una antítesis**. En el mismo sentido, lo habitual es que me niegue a opinar sobre las vidas de las demás personas. Normalmente me incomoda que me inviten a apoyar a un colectivo, no porque no crea que merezcan respaldo, sino porque no creo que yo tenga derecho a juzgar a nadie. Y es que, en realidad, la única diferencia que existe entre la condena y la celebración es el signo del juicio que se realiza, pero el hecho en sí consiste, en ambos casos, en emitir una valoración sobre las características de otra persona o grupo de personas. Si me cuesta sumarme a la "celebración de la diversidad" no es porque esté en contra, sino porque considero que las diversas formas y condiciones en que los demás vivan su vida no son asunto mío y no tengo legitimidad alguna para pronunciarme al respecto, ni a favor ni en contra.
La conclusión debería ser, entonces, que mejor me callo ante los prejuicios ajenos: si alguien quiere exhibir su ignorancia, es su problema, que ya bastante trabajo tengo manteniendo la mía a raya. Pero no puede ser así: cuando los prejuicios desembocan en discriminación, no se puede callar, porque se convierte uno en cómplice. Mientras al otro lado haya alguien enarbolando una opinión sin fundamento para justificar algún tipo de discriminación, no debería mantenerme al margen. Hay que implicarse, al menos hasta que llegue un tiempo (ojalá) en que abstenerse de opinar ya no sea una actitud cómplice.




* En realidad, la única objeción que mantengo al respecto, a partir de mi escaso conocimiento del tema, no se relaciona con el contenido de la teoría sino con el uso del lenguaje: me parece redundante el uso de cismujer/cishombre o biohombre/biomujer. Creo que cuando se parte de un concepto inicial claramente definido, las modificaciones posteriores no hacen que sea necesario redefinir el concepto original como una negación de las modificaciones. Quiero decir: un patinete con motor es un "patinete motorizado", pero la existencia de este último no hace necesario llamar al primero "cispatinete" (con perdón por la idiotez del ejemplo). Sin embargo, supongo que quien haya acuñado los términos citados se habrá ocupado de fundamentar tal acuñación, así que no voy a ponerme a refunfuñar demasiado al respecto, ni mucho menos espero que se tenga en cuenta una crítica tan superficial.

** Por otro lado, es más fácil que me irrite al leer una opinión con la que, en principio, podría estar de acuerdo, pero está mal fundamentada. En cambio, las opiniones con las que no estoy de acuerdo me sirven como ejercicio para desentrañar los razonamientos en que se basan y, así, me ayudan a armarme de más y mejores razones.

lunes, febrero 17, 2014

Tu tiempo y el capitalismo

Mientras decido si convertir los borradores que he escrito sobre el sistema electoral en un ensayo mínimamente organizado, aprovecho un intercambio de opiniones que he tenido esta mañana en Twitter para escribir una continuación de "Tu alma y el capitalismo". En aquella entrada hablaba de la forma en que el capitalismo es capaz de fagocitar cualquier fenómeno susceptible de generar beneficios. Aunque a alguien le pueda parecer terrible, creo que esa capacidad, considerada de forma independiente, no es criticable.
Se podría decir, incluso, que dicha capacidad caracteriza al capitalismo como un sistema integrador, al menos para aquellas personas o grupos de personas que tengan suficiente poder adquisitivo como para ser tenidos en cuenta. Preocuparse de que dicha aceptación esté motivada por el ánimo de lucro es pretencioso ("esto molaba cuando era auténtico y no comercial") o propio de inquisidores morales ("la gente debe hacer no sólo lo que yo considero correcto, sino hacerlo además por motivos que yo apruebe"). Frente a esas dos posturas, yo prefiero la independencia de criterio y el pragmatismo. Es decir: me gusta lo que me gusta, con independencia de qué opinen los demás o qué motivos tengan para facilitarme que disfrute de dichos gustos, o para compartirlos.
Pero considero todavía necesario analizar esta curiosa relación de las ideas y valores con el capitalismo, quizás con un enfoque algo distinto. Precisamente porque las motivaciones ajenas me resultan indiferentes y creo que las mías deberían serlo para los demás, no acabo de digerir muy bien la importancia del "branding". Y no escribo "etiquetado" porque, como casi todo lo que se denomina con un anglicismo innecesario, el branding incorpora una nada desdeñable proporción de tontería. Que dos trozos de una misma ternera acaben vendiéndose a precios muy distintos sólo porque uno se vende en un supermercado de barrio y el otro, empaquetado de forma exquisita, en una tienda de hamburguesas gourmet, me parece incomprensible. Esa importancia de la imagen, de la apariencia por encima de cualquier realidad material, es una estafa: es un ardid para convencer al consumidor de que debe pagar más por lo mismo. La imagen de marca (y todo lo que la acompaña) deja de ser un distintivo para constituirse en la definición misma del producto. La comida ya no es comida, sino una "experiencia sensorial".
Es interesante ver cómo a veces esa imagen del producto se construye por parte del vendedor, hasta el punto de estandarizar la experiencia que se supone debe acompañar al disfrute del producto. El caso paradigmático serían las catas de vinos. Un consumidor de vino puede disfrutar de cualquier botella cuyo precio se sitúe entre los cinco y los diez euros, por ejemplo. No sólo eso, sino que es probable que no distinga muy bien si hay un salto cualitativo entre un vino de 10€ por botella y otro de 25€ o de 100€. Sin embargo, se le animará a que "sepa de vinos", de forma que acabe por "aprender" a disfrutar de la experiencia exclusiva que ofrecen los vinos caros. El interés del vendedor de vinos en fomentar dicho "conocimiento" es obvio, pero ¿quién en su sano juicio invertiría tiempo y dinero en aprender por qué debe gastarse 100€ en un producto que disfruta por 10€?
La motivación del consumidor para pagar más por lo mismo (ya sea en vinos, carne, libros, viajes o cualquier otro producto) es lo que podríamos llamar el "paquete inmaterial" que incluye casi cualquier producto: la idea de sí mismo que el consumidor tiene al adquirir un producto, o la imagen que cree proyectar. Cree en esa imagen, claro está, porque se la han vendido junto al producto. Las características objetivas del bien o servicio adquirido acaban por resultar irrelevantes y lo único que importa es que se asocie a un cierto estatus y permita la exhibición de un determinado nivel cultural o adquisitivo.
Donde más y mejor funciona esta venta de ideas es en el mercado laboral. Del mismo modo en que una botella de vino ya no puede ser sólo una botella de vino, un trabajo nunca es sólo un trabajo. Hace unos años, un amigo me contó que le habían convocado a una reunión con el departamento de recursos humanos de la empresa en la que trabajaba. "Estamos contentos con tu rendimiento", le dijeron, "pero no se te ve feliz en el trabajo". Mi amigo no entendía por qué querían que estuviera feliz. "Hago lo que tengo que hacer, ¿qué más quieren? ¿Cómo voy a estar feliz? ¡Si estoy trabajando!", me decía.
Lo más terrorífico que he encontrado al buscar trabajo no han sido los sueldos escasos o la sobrecualificación que exigían casi todas las ofertas de empleo. Lo más terrorífico ha sido siempre la exigencia de "compromiso", "entusiasmo", "identificación con la empresa" o "participación en los valores de la marca". Quedó establecido más arriba que las ideas que se asocian a un producto no son más que un engaño para convencer al consumidor de que debe pagar más por lo mismo. Es decir, con ellas se intenta convencerle para que participe en un intercambio desigual. En el caso del empleo, las ideas que se espera que el trabajador asimile, sobre la empresa y sobre su situación en ella, tienen exactamente el mismo objetivo. Del mismo modo en que un consumidor cree que una hamburguesa gourmet no es tan sólo una torta de carne picada, el "trabajador comprometido con la empresa" se olvida de que el vínculo que le une a ésta es un mero arrendamiento de sus capacidades durante un tiempo determinado.
Todos los mensajes que se lanzan al trabajador para que se identifique con la empresa y llegue a valorarse en función de su éxito profesional (es decir, de su capacidad para generar beneficios para otros), pretenden convencerle de que el trabajo es una actividad satisfactoria por sí mismo y que debe ofrecerlo casi sin reparar en cuánto dinero se le ofrece a cambio. En el mejor de los casos, se promete una recompensa indeterminada en un lejano y nebuloso futuro (posibilidades de ascenso) o bien "la satisfacción de un trabajo bien hecho". Quien considere que el trabajo es sólo una actividad destinada a proveerse de un medio de subsistencia, es visto como alguien problemático y disfuncional.
El problema reside, por supuesto, en que alguien que conciba el empleo sólo como un intercambio (un cierto tiempo de trabajo a cambio de un salario determinado), no es manipulable ni va a olvidar que cuanto haga debe ser remunerado. Alguien que no considere que su trabajo es su vida, o que no crea que el éxito profesional es el camino a la realización personal, sólo estará dispuesto a dar en la medida en que recibe algo a cambio. Y si hay algo que un empresario deteste más que un cliente que cuestiona el precio, es un trabajador que mira el reloj y pregunta por su salario.

jueves, enero 02, 2014

El sistema electoral (1)

El diario El Mundo publica, en el primer número de 2014, los resultados de una encuesta de intención de voto realizada por SIGMA DOS entre el 26 y el 28 de diciembre del año pasado. Dado que la intención de voto al PSOE continúa en la senda descendente que muestra desde mayo de 2008 y que el PP ha remontado ligeramente en el último mes, después de llevar desplomándose desde noviembre de 2011, la diferencia entre ambos partidos se sitúa en 8,9 puntos porcentuales. Lo más destacable en esta encuesta es que la suma de ambos partidos arroja apenas un 57,7% de intención de voto. Esto ha sido saludado por algunas personas como una muestra más de que el bipartidismo pierde terreno en España. Sin embargo, dudo que sea un dato que tenga alguna repercusión práctica en dicho sentido.
El motivo de mi falta de entusiasmo es que los partidos que parecen adquirir más relevancia con la evolución reciente de la intención de voto, IU y UPyD, consiguen apenas un 14,7% y un 9,8%, respectivamente. Dado el fraccionamiento de las circunscripciones en España, no habrá ningún cambio real en la distribución del poder mientras la ventaja de los dos primeros no se reduzca de manera drástica. Se puede ver con un ejemplo: supongamos que los porcentajes de voto se repartieran de forma homogénea por todas las circunscripciones y el reparto se hiciera de forma proporcional (en la práctica no se hace así, pero a efectos del ejemplo sirve suponerlo). IU sólo obtendría escaños en las provincias en que se eligieran siete o más diputados (en las que cada diputado necesitaría un 14,29% de los votos), mientras que UPyD traduciría sus votos en escaños sólo en aquellas provincias en las que se eligieran al menos once diputados (9,09% de votos cada diputado).
En las elecciones de 2011, como se puede ver en este gráfico de RTVE, sólo diecisiete provincias eligieron siete o más diputados y únicamente en cinco provincias se repartieron once escaños o más. Sin salirnos de los supuestos -repito: irreales- de la distribución homogénea del voto y reparto proporcional, podemos ver qué opciones hubieran tenido esos dos partidos de obtener más de un diputado en alguna provincia: IU habría obtenido un segundo diputado en Valencia, que elegía dieciséis, y siete más entre las dos provincias en las que se elegía a más de treinta diputados (obtendría, en total, cuatro en Barcelona -que elegía 31 diputados- y cinco en Madrid -36-). En cuanto a UPyD, sólo sumaría cuatro escaños más a los cinco que le adjudicábamos antes, dos en Madrid y otros dos en Barcelona (en ambas provincias obtiene un total de tres diputados). De forma simplificada:
  • IU obtiene veinticinco escaños:
    • Un escaño en catorce provincias,
    • Dos en Valencia,
    • Cuatro en Barcelona, y
    • Cinco en Madrid.
  • UPyD obtiene nueve escaños:
    • Un escaño en tres provincias,
    • Tres escaños en Barcelona, y
    • Tres escaños en Madrid.
Es decir, sólo hace falta que las circunscripciones estén fragmentadas y que la población se distribuya entre ellas de forma desigual para que el (hipotético) 14,7% de votos de IU se convierta en un 7,14% de representación. De la misma forma, el 9,8% de votos de UPyD se traduciría en un escaso 2,57% de los diputados.
Por supuesto, en la realidad no se distribuyen los votos de forma homogénea. Así, hay partidos que se presentan en unas pocas circunscripciones (nacionalistas, regionalistas, etc.) que, al concentrar el voto en unas pocas circunscripciones, obtienen representación, pero no la consiguen a costa de otros partidos. Este es un malentendido bastante común, sobre todo en Madrid. Sirva como ejemplo este artículo de El Mundo de noviembre de 2011 en el que, creo, se explica bastante bien cómo funciona el sistema electoral español (me reservo, sin embargo, algún otro comentario para una futura entrada), pero a la hora de explicar que hay partidos infrarrepresentados recurre a comparar los resultados de IU con los de ERC en 2008. Bien es cierto que afirma que son los partidos grandes quienes se benefician del sistema electoral, pero se olvida de aclarar que los tres diputados de ERC suponen un 0,86% de representación en el Congreso de los Diputados. Es decir, que frente al 1,14% sobre el total de votos válidos que obtuvo en esas elecciones, ¡ERC también estaba infrarrepresentada!
Nunca está de más repetirlo: los nacionalistas no "roban" representación a IU o a UPyD. Son los dos partidos mayoritarios quien se benefician de que, al existir muchas circunscripciones pequeñas, los votos dirigidos al tercer partido (y siguientes) queden en el limbo. Por ejemplo: cuando se reparten seis escaños en una circunscripción, cada uno "cuesta" (hipotéticamente) alrededor de 16,67% de los votos. Si miramos nuevamente los resultados de 2011, excepto en Álava, Gerona, Guipúzcoa, Lérida, Navarra y Tarragona (provincias todas ellas en que se presentan listas nacionalistas con suficientes apoyos como para que se produzca un mayor reparto), en todas las provincias en que se eligen seis escaños o menos, todos éstos se adjudican a PP o PSOE. Como hay otras provincias (con más escaños) en que se reproduce este reparto bipartidista, en total hay treinta y tres circunscripciones en las que toda la representación se adjudica a los dos partidos hegemónicos. Los votos obtenidos por otras candidaturas en dichas provincias no cuentan para nada.


Esta entrada la he escrito casi de un tirón y puede contener errores, que estaré encantado de corregir si alguien los señala. Espero escribir otras dos entradas sobre el sistema electoral español: una con un análisis más completo (que incluirá una defensa -no muy entusiasta- de la ley D'Hont -que no tiene culpa de nada-), y otra con una propuesta de reforma. Son ideas que llevan años dándome vueltas en la cabeza, pero hasta ahora no me había puesto a escribirlas. Espero que sea verdad eso de "año nuevo, vida nueva" y dicha vida nueva incluya, en mi caso, esta mayor predisposición a escribir.

lunes, diciembre 30, 2013

Tu alma y el capitalismo

Aclaración: en el título, uso el término "alma" no en su sentido religioso o espiritual, sino en uno más bien emocional. El alma a la que hago referencia es esa parte de ti que sientes que eres realmente tú mismo, esa parte de tu mente que no está atrapada por el universo preconfigurado. Y el universo preconfigurado es todo aquello en tu vida que no eres tú: el trabajo, los jefes, las buenas costumbres, las fiestas de guardar, la familia política, el diario de cabecera, la opción responsable. El universo preconfigurado es la parte de la vida que niega la vida. Son definiciones circulares, pero creo que se entienden.


Hace poco, causó cierto revuelo (o, más bien, mucho cachondeo) la línea de ropa para hipsters que sacó al mercado una cadena de centros comerciales. Algo parecido ocurrió la primera vez que esa misma cadena de centros comerciales decidió promocionar la moda rockera, a principios de los ochenta. A los "verdaderos" rockers les pareció tan humillante que, según cuentan, Loquillo llegó a amenazar a algún empleado de los grandes almacenes, exigiéndole que dejaran de "apropiarse" de sus señas de identidad. No consiguió su propósito, pero al menos se desahogó con una canción.
Recuerdo que hace años lei, o quizás vi, una entrevista a Fermín Muguruza en la que relataba que, cuando quiso poner en marcha su propia compañía discográfica, se había matriculado en algunos cursos de gestión de empresas. La sorpresa vino cuando los expertos en marketing le dijeron que eran ellos quienes querían aprender de Negu Gorriak y de su modelo de negocio, ya que les fascinaba que sus seguidores tuvieran ese compromiso fiel e incondicional con el grupo. Además, Negu Gorriak conseguía mantener, con una inversión mínima, una amplia red de contactos por toda Europa que les facilitaban la promoción y distribución de su música. Eso, para un consultor de mercadotecnia, es el paraíso o se le parece mucho.
Ambas anécdotas ilustran, en mi opinión, una característica del capitalismo: su capacidad para incorporarlo todo, para fagocitar cualquier manifestación cultural o social y, si es susceptible de producir beneficios, producirla en masa. Al capitalismo no le importa qué idea haya detrás de un producto. Su análisis de la realidad se restringe a comprobar si hay X personas a las que pueda vender Y productos, sacando de cada venta Z euros de margen. El mercado no tiene ningún problema en adoptar cualquier idea en la que X*Y*Z arroje una cifra interesante. Así, se vende hoy banalidad y mañana intelectualidad, hoy individualismo y mañana solidaridad, un día revolución y otro día un smartphone. Las modas se suceden sin dificultad porque, al contrario que para las personas, para el capitalismo "la idea" detrás de un hecho no es más que la marca que viste a un producto.
Las personas desprovistas de un saludable grado de cinismo pueden sentirse horrorizadas al ver cómo algo que a ellas les importa (la salud, la cultura, la solidaridad, quizás algún estilo musical, etc.) se convierte en un reclamo publicitarios. Sin embargo, es una ley fundamental de la dinámica económica: sólo importa lo que vende y, si algo importa, debería vender. Recuerdo con cierta ternura una pintada que decía "la educación es un derecho, no un negocio". Al parecer, su autor no conseguía comprender una verdad fundamental del sistema económico imperante: todo cuando existe en el capitalismo, existe en tanto que mercancía.
Esta misma dinámica es aplicable también a los movimientos sociales. Casi se podría decir que es una pérdida de tiempo elaborar un argumento sólido que respalde tus reivindicaciones: lo realmente importante es constituirte en nicho de mercado. Sólo así puedes tener la esperanza de contar para algo en el capitalismo. Algún día, si se pudiera poner el cinismo a nivel 11 sin molestar a nadie, sería interesante investigar qué papel desempeñan, en la aceptación social de la homosexualidad, los argumentos éticos y racionales, de un lado, y los estudios de mercado que identifican a las personas homosexuales como un nicho interesante, de otro lado. ¿Y si la menor visibilidad de las lesbianas tuviera que ver con que, al ser mujeres, cobran menos y, además, como pueden tener hijos sin pasar por la agotadora burocracia de la adopción, no tienen esa supuesta mayor propensión al gasto de los homosexuales varones?
Otro ejemplo es el 15-M: antes de que se supiera muy bien qué era o qué pretendía (si es que a día de hoy se sabe), ya había dos novelas que lo "homenajeaban" o que "captaban su espíritu", el panfleto que se supone que lo había inspirado agotaba ediciones y una marca de tiendas de campaña había recibido una cantidad de publicidad que sus propietarios nunca habrían podido imaginar. Poco después, una compañía de telecomunicaciones sacaba una campaña publicitaria en la que unos actores simulaban una asamblea de clientes. Dicha campaña suscitó críticas, por supuesto, pero era una consecuencia lógica de las ideas que circulaban en aquel momento. Una vez que los indignados perdieron protagonismo, ya sea por los resultados electorales o por errores estratégicos propios, el mercado editorial, la moda y las tendencias publicitarias dejaron de sentir la necesidad de prestarles atención.
Sin embargo, con lo dicho hasta aquí, no tengo claro que se pueda censurar al capitalismo (por estos motivos en concreto, quiero decir). Al fin y al cabo, ningún sistema económico o social puede funcionar más allá de sus propias premisas, objetivos y limitaciones. Si el capitalismo quiere comprar tu alma para poder convertirla en una etiqueta, al menos debemos reconocerle que no lo hace por maldad. El capitalismo no entiende de bien o mal, sólo de dinero. Cuando el capitalismo quiere convertir tus ideas en eslóganes y tu alma en un logotipo, deberíamos entender que no es nada personal: son solo negocios.

Contra el amor

Hace quince días, el señor Fanshawe enlazó en su perfil de Twitter este vídeo de Miley Cyrus:
Acostumbrado a la imagen de Miley Cyrus que transmiten los medios, que no dejan pasar ninguna oportunidad de escandalizarse porque una mujer de veintiún años que puede hacer lo que quiera haga, precisamente, lo que le da la gana, me sorprendió que cantase tan bien. No lo dudaba, pero como normalmente no me interesa la música que hace, tampoco había podido comprobarlo. La canción que interpreta en el vídeo, Jolene, es un éxito de Dolly Parton, estrella del country de la que sólo sé que escribió esta canción y que apareció en un capítulo de Los Simpsons. Otros grupos que han tocado Jolene son The White StripesMe First and the Gimme Gimmes, aunque la versión más curiosa que me he encontrado consiste en el single original, reproducido a 33 rpm.
Después de escuchar esta canción varias veces en las últimas dos semanas, empecé a prestar más atención a qué decía la letra y me surgieron varias dudas. En primer lugar, la protagonista de la historia suplica a la tal Jolene que no seduzca a su marido. Ahí, la opinión del marido no parece contar para nada: ni para confiar en que se mantenga fiel a su esposa (aunque diga el nombre de la otra en sueños), ni para asumir que, como ser humano con libre albedrío, tiene derecho a irse con otra (o no) si así lo decide. Al parecer, qué ocurra con el marido en cuestión es un asunto que deben discutir únicamente la esposa y la amante en potencia.
Pero lo grave no es eso, sino que el principal argumento de la sufrida esposa es que, si Jolene se lleva a su marido, ella "nunca más podrá volver a amar" porque "él es el único para mí". Ahí me dan ganas de animar a Jolene a que ponga a trabajar su "belleza incomparable", su "piel de marfil, ojos de esmeralda, su pelo cobrizo" (ay, las pelirrojas...) y su "sonrisa como un aliento de primavera", para alejar al pobre marido de una mujer con tan poco respeto por sí misma como para que su capacidad de amar dependa de que sea correspondida por una única persona, sin alternativa. 
Aunque el mito de la "media naranja", única e irreemplazable, que debemos buscar para sentirnos completos, tenga un origen tan ilustre como El Banquete, de Platón, no deja de ser una idea estúpida y peligrosa. En primer lugar, todo individuo es una persona completa por sí mismo y con eso debería bastarle, sin esperar que otra persona venga a "completarlo". En segundo lugar, esa idea impone una carga insoportable sobre la otra persona, que si decidiera terminar con la relación estaría, de hecho, destruyendo a su pareja. Por último, habría que considerar una anomalía estadística que sólo una persona entre los miles de millones que existen en el planeta "esté hecha para mí". Además, si de verdad existiera sólo una persona así en el planeta, lo realmente anómalo sería encontrarla.
Por no hablar de la barbaridad que supone decir "significas mucho para mí" o, como en el párrafo anterior, "esta persona está hecha para mí". Eso es terrorismo ontológico: nadie "está hecho" para otro. Y si alguien significa algo para ti, eso no es responsabilidad suya, ni le obliga a nada, ya que dicho "significado" no es más que una idea en tu cabeza. Creer lo contrario es narcisista.
De todos modos, ¿qué puedo saber yo, que llevo más de una década soltero? Más aún, ¿qué puedo saber yo si la mejor canción que conozco sobre el amor trata, en realidad, de matemáticas?

sábado, diciembre 07, 2013

Lenguaje y afinidad

1. El lenguaje y los carteles
Si uno se para a pensarlo, resulta curioso cómo nace y funciona el lenguaje. En primer lugar, de manera arbitraria, se produce una asociación entre sonidos y conceptos. Luego, a cada sonido se le atribuye uno o más dibujos, muescas o trazos (es decir, letras) y así, paso a paso, nace un lenguaje, se establece una escritura y se fijan una gramática, una ortografía, etcétera. Todo ese proceso culmina en que, por ejemplo, las siguientes formas negras sobre fondo blanco
"La casa magenta es cálida"
significan que hay una edificación destinada a vivienda, pintada de una determinada tonalidad de rojo y con ciertas cualidades para la conservación de la energía.
Hasta ahí, la génesis del lenguaje es un proceso (hipotético) sorprendente, azaroso, maravilloso y fundamentalmente pragmático. Pero eso sería sólo el principio. El siguiente paso requiere diferenciar entre lo denotativo y lo connotativo, es decir, el significado literal y lo que éste evoca. Es decir, el lenguaje no es una réplica de la realidad, sino una realidad aparte, enriquecida por el abanico de connotaciones que puede tener cada palabra. Así, de la misma manera en que a veces un puro es tan sólo un puro, el color negro puede teñir presagios y es posible, incluso, revitalizar una institución pese a que nunca estuvo viva.
Para complicarlo todo aún más, hay oraciones que sólo tienen sentido cuando se toman en su sentido connotativo. Es decir, hay expresiones cuyo significado puro, denotativo, resulta absurdo o, para ser exactos, no tiene apenas relación con el mensaje que el emisor quiere transmitir. Así, podemos saber "de qué pie cojea" alguien que anda perfectamente, o nos parece que "huele" algo que no desprende olor alguno.
Por último, tan importante como el sentido es el contexto. Hay mensajes que dependen, para ser correctamente entendidos, de ser interpretados en un contexto específico, a pesar de tener una formulación genérica. Un buen ejemplo de esto último es una de mis frases favoritas: "se dan clases de matemáticas". Esa frase, inscrita en un cartel, significa algo que, pese a ser estrictamente cierto, no es lo que quiere decir quien la enuncia. Es decir, si bien es cierto que la asignatura de matemáticas es impartida de forma regular en diversos centros de enseñanza y en varios niveles educativos (que es, en sentido estricto, lo que significa la oración "se dan clases de matemáticas"), la intención del autor del cartel era comunicar, aproximadamente, lo siguiente: "Persona se ofrece, a cambio de un precio, a impartir clases de repaso o apoyo de la asignatura de Matemáticas a aquellas personas que lo soliciten". Sin embargo, a pesar de haber formulado su anuncio de forma impersonal, a pesar de haberse negado cualquier protagonismo, el autor del cartel ha conseguido transmitir su mensaje con una efectividad tal, que si alguien pretendiera leer la frase en su sentido literal tendría que ofrecer una buena justificación.
Otro ejemplo bastante obvio es la oración "Prohibido fijar carteles", prohibición que no es absoluta sino que hay que deducir que se limita a la pared en que se inscribe dicho mensaje. Además, dicha prohibición suele estar enunciada precisamente en un cartel: ¡es un cartel que se prohíbe a sí mismo!1 Por supuesto, hay que entender "Está prohibido fijar otros carteles en esta pared", o bien (si la pared es alargada y hay varios carteles de prohibición) "En esta pared sólo pueden fijarse carteles idénticos a este o que tengan un propósito análogo: la prohibición de fijar otros carteles en esta pared".
Así pues, el lenguaje es fundamentalmente un mecanismo de consenso. En el intercambio de información que se produce cuando un emisor dirige un mensaje a un receptor, a través de un canal y mediante un código, el consenso para interpretar el mensaje de acuerdo con su contexto y sentido es tan importante como el contenido del mensaje en sí. Que esa comunicación tenga éxito depende de un acuerdo previo entre emisor y receptor. Un ejemplo claro de qué ocurre cuando falla este consenso se puede ver en cualquier red social, especialmente en twitter (donde, con una limitación a 140 caracteres, cualquier mensaje es necesariamente impreciso): todo mensaje puede ser interpretado de forma ofensiva por el lector, con tal de que no sienta simpatía por el emisor. Las más de las veces, "no puedo creer que X haya dicho eso" es una frase doblemente falsa: quizás la persona en cuestión no ha dicho (o no ha querido decir) lo que tú interpretas y, desde luego, sí puedes creer que lo haya hecho, porque precisamente ese es el origen de tu interpretación.
Este acuerdo previo sobre cómo se ha de interpretar el lenguaje permite transmitir información sin necesidad alguna de ser preciso, pues el contexto y las connotaciones de lo expresado llenarán de contenido unos enunciados que resultarían absurdos tomados de manera aislada. Así se economizan esfuerzos: no hay más que comparar las alternativas a las que se enfrentaba el profesor de matemáticas del primer ejemplo. Gracias al contexto y al consenso acerca de qué propósito tiene un cartel como el suyo, puede anunciarse sin recurrir a los excesos que exigiría ser preciso en su anuncio2.

2. Las preguntas nos plantean muchas preguntas
He rescatado y ampliado estas divagaciones sobre el lenguaje de un correo electrónico que envié a unos amigos hace un tiempo. El motivo es que hace unas semanas me registré en una página de "online dating" en la que, entre otras prestaciones, se ofrece un algoritmo que calcula tu afinidad potencial con otros usuarios, a partir de tus respuestas a una serie de preguntas tipo test sobre tus opiniones, estilo de vida, qué es importante para ti y en qué grado, etc.
Al parecer, el algoritmo funciona bastante bien: por un lado, he leído a bastantes usuarios satisfechos con los resultados que han obtenido (aunque descontentos con otros aspectos de la página). Por otro lado, entre las personas con las que la página me atribuye más afinidad, he encontrado a alguien a quien ya conocía de antes (aunque sólo fuera a través de su blog) y que, en efecto, me parece muy interesante. De hecho, el algoritmo funciona tan bien que hay quien se ha aburrido de la página porque los perfiles con los que le atribuye mayor afinidad ¡son los de sus amigos! Y, claro, para ese viaje no hacían falta alforjas.
La cuestión es que, como se ha dicho, el algoritmo funciona a partir de preguntas tipo test y ahí es donde me encuentro con un problema. Pongamos un ejemplo: "Overall, has capitalism made the world a better place?" Uno tiene la tentación de imaginar que esta pregunta está colocada ahí como una invitación a significarte como pro o anti capitalista. En principio, parecería que una persona de izquierdas responderá que no y una de derechas que sí. Pero no es necesariamente así: el capitalismo ha mejorado el mundo en determinados aspectos, aunque por el camino haya creado otros problemas distintos. Pero si comparamos la época actual con el feudalismo, ¿cómo no vamos a pensar que estamos mejor? Otra cosa distinta es que por ese motivo haya que defender el capitalismo: ni es perfecto, ni está exento de problemas ni es el único sistema posible3. Por supuesto, tampoco está tan claro que sólo un izquierdista piense que el mundo no ha mejorado bajo el capitalismo (si es que alguno lo piensa): un militante de la derecha tradicionalista sin duda responderá que el capitalismo no ha hecho nada por mejorar el mundo, porque él preferiría vivir en el Antiguo Régimen.
Sin embargo, hay casos más preocupantes, como el de la siguiente pregunta: "Do you believe homosexuality is a sin?". Tal y como está planteada la pregunta, no puedo sino responder que sí: pregunta si es un pecado, no si yo creo que sea algo malo. Tengo entendido que para el judaísmo, el cristianismo y el islam, la homosexualidad es pecado. Desde luego que a mí, que soy ateo, me da exactamente igual lo que prescriba cualquier religión al respecto, pero el enunciado pregunta si creo que es pecado. Si preguntase "Do you believe homosexuality is wrong?" respondería que no, sin dudarlo.
El problema que resulta de responder ateniéndome al sentido literal de las frases, es que si respondo a lo que me preguntan y no a lo que se sobreentiende que preguntan, empiezo a introducir una distorsión en los resultados: para toda aquella persona que haya respondido que no cree (contra toda evidencia) que la homosexualidad sea pecado y que haya indicado que considera importante esta cuestión, habré ganado puntos negativos4. Sospecho que éstas y otras preguntas, contestadas a partir de una interpretación literal del enunciado, están haciendo que disminuya el indicador de mi afinidad (estimada) con algunas personas que me parecen muy interesantes y tienen intereses y gustos afines a los míos. Por eso, quizás sería mejor que, desde un enfoque pragmático (al fin y al cabo, estoy en esa página para conocer gente, no para encontrar la respuesta precisa a una serie de preguntas), cambie varias de mis respuestas por otras derivadas de una interpretación más flexible de los enunciados.
¡O no! Por un lado, existe la posibilidad de explicar tus respuestas, que es lo que he hecho en estos casos potencialmente controvertidos. Por otro lado, no creo que un par de preguntas tengan un efecto en el indicador tan grande que llegue a resultar decisivo. Más que nada porque no creo que haya mucha gente buscando la exactitud en una serie de porcentajes que, como mucho, se deberían interpretar a partir de intervalos.
Si no, también se puede pensar que el elemento de "des-afinidad" que introducen mis respuestas no sea del todo injustificado. Sólo hay que interpretar que aquí la discordia no surge tanto por el contenido de la pregunta, sino por la diferente importancia que le damos al significado literal de los enunciados. Sería, entonces, un error que se corrige de forma automática y da un resultado no-tan-incorrecto, aunque sea por vías alternativas.


1 ¡¡¡Contiene en su seno la semilla de su propia infracción!!!
2 No obstante, al ser profesor de matemáticas debería honrar la lógica, como en un chiste que leí en Cómo se llama este libro, de Raymond Smullyan (cito de memoria): van dos individuos en un tren por Escocia y, al pasar junto a un prado, ven una oveja negra pastando. El primero dice "vaya, en Escocia hay ovejas negras". El segundo, filósofo lógico de profesión, responde "en Escocia hay al menos un animal que, desde esta perspectiva, parece una oveja y tiene al menos uno de sus lados de color negro".
3 Léase, si no, el siguiente párrafo del Manifiesto Comunista:
"En el siglo escaso que lleva como clase dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Pensemos en el sometimiento de las fuerzas naturales al hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación mediante el vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por milagro... ¿Quién en los pasados siglos pudo sospechar siquiera, que en el trabajo de la sociedad, yaciesen ocultas tantas y tales energías, y tales capacidades de producción?"
No vamos a pensar ahora que Marx y Engels eran devotos del capitalismo, precisamente. Pero el ejercicio de la crítica requiere un punto de partida analítico y equilibrado.
4 Respecto de la primera pregunta, me da un poco igual "ganar negativos" por responder que sí: quien responda que no, o es un tradicionalista o alguien cegado por la ideología, dos tipos de personas con las que seguramente no me llevaría muy bien.